UN SÁBADO DE PASEO POR EL CHOPO

UN SÁBADO DE PASEO POR EL CHOPO

Pablo Queipo V.

Pensé, “¿Y si me doy una vuelta por el Chopo este sábado para recordar viejos tiempos?”

Y eso hice, debo de confesar que la excitación que sentía hace años por ir a este legendario lugar, la volví a experimentar  y de inmediato me puse en camino.

Poco a poco lo divisé allá al fondo, junto a la planta de la CFE atrasito de la Biblioteca Vasconcelos; sí, ahí estaba. Estacioné y me dispuse a caminar a buen paso hacia su encuentro.

Profundicé que lo primero que haría sería ir al puesto de mi querido amigo Aurelio para darle un abrazo así de fuerte a su viuda Pilar. Llegué y ahí estaba, menuda en su físico, fuerte como un titán frente a su negocio junto a sus hijos y su nieta. La vi, la abracé y fue eterna esa fusión de dos personas que comenzaron a llorar tras la pérdida; ella de su querido esposo, y yo de mi adorado amigo. Las palabras poco a poco comenzaron a fluir y lo único que charlamos es que sí, a la fecha seguía añorando; acompañado de una que otra lágrima mis recuerdos y memorias de Aurelio.

Pili atenta me escuchaba, sus pequeños ojitos me miraban fijamente siempre tras la estela de sus propias lágrimas, asintiendo a todo lo que hablaba con ella. Fue una visita muy sanadora para mí, necesaria para cerrar el círculo de amistad que siempre mantuve con él, a partir de ese instante pensé, “no, el Chopo ya no será lo mismo sin Aurelio”.

Secándome las lágrimas caminé hacia el lado de Buenavista y ahí comenzó mi desazón y contrariedad. Aquellos puestos donde encontraba  tablaturas de guitarras, discos o cd’s complicados de conseguir, ya han desaparecido casi todos, si bien Lobito, sigue al pie del cañón vendiendo sus compactos originales dándolos a un precio razonable: “No mi Queipo, ya no es lo mismo estar aquí, la música ya la bajan de internet o le llegan a los compactos piratas, ya está muy cabrón vender, pero pos, acá andamos tratando de sobrevivir…”

Le dije y bueno, qué haces aún acá. “Pues es una tradición chingona –contestó-, recuerdo que antes tenía hasta 4 puestos, ahora sólo este y lo mantengo simple y llanamente porque soy parte y del Chopo, soy como un wey inventariado, jajaja.”

Me despido de él y ahí enfrentito está el puesto de La Jornada, representado por años por Chelico, lo fui a buscar pero ya estaba dándole en el Zócalo, preparándose para reseñar el concierto de Javier Bátiz.

Y volteo a todas partes así como un reflejo y ¿qué veo? ¡Puestos y puestos de playeras! ¡Y es que ya el cd casi pasa a mejor vida! Aquel viejo ritual de escudriñar entre cajas y saborear el momento de encontrar aquél disco que tanto buscaste y que por fin está en tus manos es algo que ha desaparecido.

El Chopo es ya una sucursal de El Salado o del pasillo de camisetas de Tepito, poco a poco se ha ido esfumando este tradicional e histórico lugar.

Voy hacia lo que era el mercado de artesanías y avizoro en un puesto (el de cultura supuestamente),  a una chica completamente desnuda ‘modelando’ sobre una mesa, muy en su papel. Había más morbosos que artistas o dibujantes plasmando sobre una hoja (no importando que fuera tras un folleto de un toquín) la silueta de la chica. Ahí pasaban un par de personas con un bote, uno decía “coopera para la modelo ¿no?” Y una mujer, ya de plano se descaraba: “Coopera por el taco de ojo, no seas cabrón”, moviendo un bote frente a la cara de más de 30 ‘artistas’ que ahí se encontraban. ¿Entonces en qué quedamos? ¿Modelo o carne de cañón? ¿Libídine simple para quienes pasaban por ahí?

Mejor regresé y casi al llegar al área de los toquines, me gritaron “¡Pablo Queipo!”  Giré y era un vendedor de revistas de rock ya añejas. Platico con él y de plano me suelta a rajatabla: “Nel wey, ya no voy a venir a este pinche sitio, drogas, robos, y pura pinche playera. El Chopo no es lo que era; mejor me voy a lanzar a Guadalajara, ya tengo lugar en el Chopito (el Chopo de Guanatos), allá aún hay rockers, acá puro farol.”

Platicando con él, un chavo se me acercó y me preguntó que si yo era Pablo Queipo. “Sí”, le dije. Sentí una fresca brisa cuando me comentó que él tenía las revistas que había escrito y que también su colección de Rock América era de sus más preciadas posesiones. Simple y sencillamente le agradecí efusivamente el hecho y aún para que fuera genial el hecho, ahí mismo compró una revista de The Who, la cual escribí hace algunos años, me pidió que se la autografiara y para poner punto final ¡pues una foto ¿no?!

Entonces confirmé lo que muchos de nosotros sentimos, por él, por ese chavo, han valido la pena más de 4 décadas de escribir y de publicar historias, entrevistas, crónicas y biografías de Rock. Por él y por gente como él, vivo.

Pero aún faltaba más en el recorrido. Fui al área de intercambio y ya también demeritó el motivo de ese sitio. Anteriormente estaba prohibido estar quieto, era necesario rolar en círculos para que no te llamaran la atención porque pues no eras locatario, a mí me parecía excelente la idea, pero ahora se plantan con sus cajas y ¡pobre de ti si osas pasar sobre de ellos o por un lado! Es zona minada, ¿el rolar? Ya no, ahora das una lana a los nuevos líderes y te puedes estar ahí cual planta de ornato y esperar al posible cliente.

Me quedé con un cóctel de fruta donde se encuentra la Virgen y ahí me pasé más de una hora echando buen verbo con grandes amigos, como el caso del legendario Barragán (qué manera de reír y de recordar buenos momentos del Baja Prog de hace 4 años y claro añorando a Aurelio y al viejo Chopo) y luego un intercambio de conocimientos con otro inmenso conocedor del rock, Miguel Pichardo. Allá al fondo vi a Marco Antonio Rueda (uno de los periodistas de rock más recalcitrantes y duro de roer como una roca), la plática estuvo muy a su manera, ácida y maciza, contra algunos grupos de rock y sí contra algunos periodistas de rock actuales y de ayer, los cuales han cambiado sus principios rocanroleros por tan sólo unas monedas o acreditaciones para conciertos por parte de Ocesa: “Como Judas mi Pablo; como Judas”.

Ya entrada la tarde me despedí de ellos y con un cierto sabor agridulce dejé atrás el Chopo, agrio porque ya no es aquél inmenso tianguis de rock, que fue visitado por estrellas del rock como Sinead O’Connor, o la hija de Peter Gabriel, grandes escritores e inmensos astros de nuestro rock, parece más bien un tianguis de cualquier domingo en cualquier colonia o barrio. Y dulce porque gentes como Pichardo, Chelico, Rueda, Erick Villagómez, Barragán, Pili y Lobito; aún no dejan que la llama se extinga, es tenue, casi imperceptible, pero viva aún para que las siguientes generaciones rocanroleras traten de avivarla y no permitan que desaparezca quizás el sitio más emblemático de intercambio de música rock en todo el mundo: Nuestro querido y adorado CHOPO.


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